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Un mapa de la desconfianza. Golpear hasta desaparecer
Eugenio Rivas

 

Sólo tienes derecho al acto y no a sus frutos.

Nunca consideres que eres la causa de los frutos

de tu acción, ni caigas en la inacción.

Bhagavad Gita, capítulo 2, verso 47.

 

Vivimos tiempos convulsos. No cabe duda. La estructura de valores se estremece y reclama revisión. La promesa de estabilidad deja paso a la incertidumbre y somos convocados al escenario de la duda. Nos preguntamos por qué, por qué a mí, a mi mundo, lo propio; nos perturba el cómo, el modo despreocupado e impasible del destino que se nos acecha sin prórrogas ni avisos, sin margen de enmienda. Asistimos a un rescate de lo micro frente a lo macro. Una necesaria recuperación de la proporción humana cuando la desproporción de la globalidad nos desestabiliza desde el interior penetrando en nuestro organismo y desafiando directamente a nuestro sistema inmunitario. Con suerte, llegaremos a desconfiar de la ingenua procedencia de una mano tan cruel. Pero no siempre seremos capaces de establecer una distancia sensata y revisar lo que Goodman (1990) llamara «nuestras maneras de hacer mundos».

Con su arma poética y política, Eduardo Rodríguez Barranco corta un mapa de la desconfianza, una cartografía apartada y descreída que acribilla toda convención. Este mapa a escala 1:1, como el de Borges y Baudrillard (2005), precede a su realidad y la sustituye. El simulacro se apuntala en la obra Time Capacitor, una fortaleza irónica donde el sentido se esconde tras un muro lleno de agujeros, la representación permeable de una realidad blanda, hueca. Esta construcción da lugar a un nuevo espacio, el de la imprecisión. ¿Pero cómo trazar el mapa de un territorio sin área determinada? Se puede medir la realidad con el propio cuerpo, como hacen ciertos peregrinos budistas que tienden su cuerpo sobre el camino, inclinándose una y otra vez sobre el suelo que otros pisan solo con los pies, en un gesto obstinado hasta alcanzar la capital sagrada de Katmandú. Plegarse y desplegarse sobre el recorrido en una equivalencia entre caminante y camino. Una analogía literal que establece la escala de referencia entre lo humano y su mundo (Rivas, 2012, p. 280). Es esta una mirada precisa que se aleja de lo establecido y ofrece diferentes posturas para recorrer los mismos caminos.

Eduardo se asoma a la cotidianeidad cargado de sospecha y reniega de su amable discreción. Mediante el ejercicio ontológico de la duda, retuerce el dedo dentro de la llaga y nos invita a la irreductible paradoja de que —fieles a Hume (2007)— todas las afirmaciones son falsas y, por tanto, también la que esto defiende. Todo muro es construido, toda verdad consensuada. En sus ensayos Contra el arte, la también desconfiada Maillard (2009, p. 9) insistía en que aquello que nos ampara, a la vez nos coarta1. Por lo que derruir la fortaleza, también la trinchera, resultará la única estrategia para el que pretenda asomarse a lo desconocido y territorializar. La amenazante inestabilidad de la construcción brota en cada pliegue, en cada roto. Y Rodríguez promete nunca olvidar que la seguridad es infundada. Cualquier deterioro es huella en este mapa hecho de cortes, que no de recortes, por los que asoma la nada, la falta de lugar, de territorio. Las imágenes del fotolibro Splitting I completan una enciclopedia del error, de lo que falta. El artista captura una topografía descuartizada de lo ausente. Una realidad desaparecida, desprendida de sentido, que muestra su carácter de superficie con cada arañazo, con cada grieta, con cada hueco o desconchón. Con la misma intención, el espacio es documentado mediante su herida en la serie fotográfica Registros. El accidente violento sobre el espacio habitacional deja un vestigio o marca que sella la arquitectura cicatrizando en la materia su condición física y perecedera. La huella es el único dato relevante digno de ser retratado.

La inherente tensión de lo anodino estira un presente in-determinado y lo hace continuo, ajeno a un principio o un fin. Solo el aquí y el ahora, en un bucle de eternidad. Un golpe, otro golpe para designar la realidad. La singularidad y la excepción se convierten en reglas de un mundo en el que lo particular se impone sobre lo general. Lo que habitualmente queda atenuado es acentuado. Entonces, solo son posibles las soluciones imaginarias de una ciencia patafísica2. Los Sistemas de agresión fabricados por Eduardo Rodríguez resultan tan propios de la antilógica de Jarry (2004) como de las Maravillosas ocupaciones de Julio Cortázar (2007). Comparten la misma lucidez y una terrible falta de prejuicios. Sus remedios en vez de resolver muestran el atasco existencial. En este escenario, donde la equivocación y el error son el fin último de la creación, lo anodino, lo falto de importancia, de peso, de gravedad, lo que resiste a la física de la importancia y a la sensatez se torna primero.

Sin embargo, ante nuestra pregunta insistente, nuestra necesidad de conocer, el mundo mantiene un silencio irrazonable, y la sensación de absurdo se deja ver a la vuelta de la esquina, escondida debajo de todo pliegue. Como advertía Camus (2006, p. 46), solo nos queda lo irracional, la nostalgia y el absurdo. Tres invitados a un banquete dramático en el que se devora el sentido de nuestra existencia. También Morin (2004, p. 115) nos invita a aceptar que justo en el momento en que emprendemos una acción, sea cual sea, esta empieza a escapar de nuestras intenciones. Pero el héroe de Camus, castigado a vivir para nada, deja escapar una mueca de complicidad. Hemos de imaginar a Sísifo feliz, invita el francés. A fin de cuentas, nosotros somos Sísifo.

Con este proyecto, Eduardo Rodríguez desea condensar el tiempo, quiere 

concentrarlo, apretarlo, hasta hacerlo desaparecer en la conciencia continua de un presente eterno. La maquinaria artística, como la piedra de Sísifo, no para. Siempre arriba y abajo. El acontecer existencial reitera su falta de sentido, pero tuerce también su gesto con ironía. Así, el proceso de construcción y destrucción deviene en un bucle redundante que pone en cuestión todo sentido en el juego del acontecer. En su Lógica del sentido Deleuze (2005, p. 31) recuperaba una idea de Emile Bréhier sobre el pensamiento estoico que resulta clarificadora en este sentido. Cuando se trata de definir lo real, qué puede ser más clarificador que el uso de la acción, poner en marcha el verbo por medio del acontecimiento: «Cuando el escalpelo corta la carne, el primer cuerpo produce sobre el segundo no una propiedad nueva, sino un nuevo atributo, el de ser cortado». De acuerdo con el pensador de la diferencia, la ontología más cuerda consistirá en una filosofía de la percusión en la que el bastón o el martillo serán los instrumentos más precisos en cualquier designación posible. Solo el golpe parece tener el don para dotar de sentido. Romper, rasgar, cortar, serán entonces los verbos de este juego terrible. También la risa es usada por los maestros del Zen cuando las palabras no bastan para expresar su sabiduría. En Condensadores de tiempo el artista señala la cosa y con su mirada enrarecida la despoja de sentido, de significación, da un golpe al cántaro y lo rompe para evidenciar su naturaleza mediante el sonido último de la vibración final (Han, 2015, p. 69)3. Solo falta el último gesto, el de la autodestrucción, que nos permitirá escapar de las garras de la arrolladora y exigente rueda del sentido. Ya Aristóteles advertía que el error de todas estas doctrinas consiste en no destruirse a sí mismas (Camus, 2006, p. 31). Ya que unas afirman que todo es verdadero, dando por válida la tesis opuesta e invalidando, por tanto, la propia. Otras, como en Hume, defienden que todo es falso, afirmando lo mismo de sus propias ideas. ¿Y qué más da cuando se trata de ideas? Como las reglas de un juego, todas son creadas, la realidad es otra cosa. Y no queremos perdernos en el juego, ni olvidar que nosotros mismos fuimos los que alguna vez inventamos alguna de las reglas. En palabras de Francis Picabia (San Martín, 2007, p. 46): «El placer más grande es hacer trampa, trampa, trampa, hacer siempre trampa. ¡Haced trampa, pero no disimuléis! Haced trampa para perder, nunca para ganar, porque aquel que gana se perderá a sí mismo»4.

Citas

 1 En su texto Contra el Arte y otras imposturas, Chantal Maillard (2009, p. 9) declara a modo de manifiesto: «Me he situado “contra” el arte y otros conceptos institucionales como quien se apoya “contra” un muro que, al par que nos ampara, nos coarta. Muros, los de la metafísica, la ciencia, la moral, la política, la religión, las formas consensuadas de emocionarnos social y estéticamente, la filosofía o el arte, que hemos levantado para sostenernos, defendernos o protegernos pero que, cuando cobran solidez, nos impiden ver al otro lado, traspasar el ámbito conocido y aprender otras maneras de caminar, de estar y de relacionarnos con las cosas y, lo que es peor, nos hacen olvidar que alguna vez los hemos construido».

2 En sus Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísico, Alfred Jarry (1911) establece las pautas de esta filosofía dadaísta. Citado por Stefan Zweifel, en Fischli/Weiss (2009, p. 30).

Han (2015, pp. 69-70) nos acerca a una historia contada en el «Kôan 40» del Mumonkan donde un maestro debe elegir entre sus discípulos al presidente para la fundación de un nuevo convento en la montaña. Para ello deja un cántaro de agua en el suelo y les pregunta: «Si a esto no lo llamáis cántaro de agua, ¿cómo lo llamáis?». El discípulo más avanzado contesta: «No podemos llamarlo zapato de madera». A continuación es interrogado el cocinero del templo, quien derriba el cántaro con el pie y abandona el lugar. Este último es elegido para fundar el nuevo convento. El monje del asiento más alto revela con su respuesta que permanece anclado en un pensamiento sustancialista, «entiende el cántaro de agua en su identidad substancial, que lo distingue de los zapatos de madera». Sin embargo, el gesto del cocinero vacía el cántaro, lo arroja al campo del vacío.

4  Francisco Javier San Martín (2007, p. 46) extrae esta cita del texto Jesucristo Rastacueros de Francis Picabia (1920).

Bibliografía

BAUDRILLARD, Jean (2005). Cultura y simulacro. Barcelona: Kairós.

CAMUS, Albert (2006). El mito de Sísifo. Madrid: Alianza.

CORTÁZAR, Julio (2007). Historias de cronopios y de famas. Barcelona: Punto de Lectura.

DELEUZE, Gilles (2005). Lógica del sentido. Barcelona: Paidós.

FISCHLI/WEISS (2009). ¿Son animales las personas? Madrid: Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.

GOODMAN, Nelson (1990). Maneras de hacer mundos. Madrid: Visor.

HAN, Byung-Chul (2015 [2002]). Filosofía del budismo zen. Barcelona: Herder.

HUME, David (2007). Investigación sobre el conocimiento humano. Madrid: Mestas.

JARRY, Alfred (2004 [1911]). Gestas y opiniones del doctor Faustroll, patafísicoBarcelona: March Editor.

MAILLARD, Chantal (2009). Contra el arte y otras imposturas. Valencia: Pre-Textos. 

MORIN, Edgar (2004). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona: Gedisa.

RIVAS, Eugenio (2012). Simulacros de verdad. Absurdo e ironía en el arte y el pensamiento de la posmodernidad. [Tesis doctoral dirigida por Asunción Lozano Salmerón]. Granada: Universidad de Granada.

SAN MARTÍN, Francisco Javier (2007). Una estética sostenible. Arte en el final del Estado del bienestar. Pamplona: Cátedra Jorge Oteiza, Universidad de Navarra.